jueves, mayo 15, 2008

Columna de Opinión

Me tomaré la libertad de "re-publicar" una columna del gran Cristián Warnken (hacen falta personas como él, lo admiro mucho), publicada en "El Mercurio" hoy, jueves 15 de mayo. Para quien lo lea... disfrutenlo, es realmente hermoso.

Cristián Warnken
Jueves 15 de Mayo de 2008

Quién sabe...

Cristian Warnken.jpg

Todavía no amanecía. A la hora más misteriosa de todas, me senté a mirar por la ventana de la biblioteca que da a mi jardín, a esperar el primer rayo de luz. Hora incierta, en el "todavía no" de los pájaros y en el "sí" de la estrella de la mañana.

Ahí estaba, rodeado por mis cinco mil libros y por un silencio vivo. Ese silencio que sabe más de nosotros que lo que nosotros de él.

Todavía no amanecía, y yo estaba ahí, hechizado por la hora más pura de todas.

Y, entonces, una voz que podría haber sido la mía o de otro (¿de quién?), como salida de ninguna parte, me susurró al oído muy suavemente y me dijo: "No sabes nada". Eso fue todo, dicho con un tono no de recriminación ni de burla, sino con serenidad y -así lo sentí- infinita ternura. "No sabes nada". Nada más y nada menos. Miré hacia todos lados, buscando a alguien (una presencia) que me hubiera hablado. Pero no había nadie. En realidad estaba yo. Yo y nadie (esa voz) y el silencio.

Entonces tuve una sensación inédita que me traspasó entero como un rayo, que se instaló en todo mi cuerpo, en cada célula, en cada poro: la sensación absoluta, total de no saber nada. Un "no sé nada" temblaba en toda la habitación, como el "nevermore", aquel del cuervo del poema de Poe. Pero los pájaros todavía no habían alzado el vuelo en mi jardín. Y el primer rayo de luz aún no entibiaba el pasto.

Entonces, sentí que todos los libros que me rodeaban se ponían a llorar al unísono, como niños perdidos en el bosque. ¡Mis cinco mil libros lloraron! ¡Lloraban de saber que no sabían! Los libros de filosofía, de ciencia, de teología, de literatura, todos lloraron. Yo y mis libros lo entendimos de inmediato: nadie en esta dimensión en que nos tocó vivir, bajo este cielo y sobre esta tierra, sabe nada. Los que dicen que saben, mienten: se mienten a sí mismos y derraman una mentira que infesta al mundo. Todo aquel que esté dispuesto a esperar la hora más misteriosa e incierta de todas, sentado frente a su jardín vacío, escuchará tarde o temprano esa voz que le dirá lo único que hay que saber an-tes de que amanezca: que no sabemos nada. No hay nada que saber. Por ahora. Nada.

Entonces me pareció oír las preguntas desesperadas de tantos que -como niños huérfanos de certeza-, arremolinados frente a mí, como frente al mensajero que trae una noticia terrible, dirían: "¿No sabemos nada? ¿Nunca sabremos? ¿Podremos vivir sin saber?".

Entonces los abrazaría como a hermanos en lo incierto, y con la misma paz de esa voz oída en el silencio de mi biblioteca, les diría: "No sé nada, no sabemos, no hay que saber nada". ¿Y qué haremos entonces con nuestras amadas certezas que llevamos en la sangre? ¿Qué haremos con todos nuestros muertos, con todas nuestras preguntas, con nuestra sed de saber, con lo que nos quema el corazón? No haremos nada: saldremos a nuestro jardín -otra vez como niños- a jugar que no sabemos, a aprender -como fue antes- a no saber. Y entonces imaginé a millones de seres humanos -de todas las creencias, razas, edades- salir a la calle -como cuando nieva- a mirarse como niños perdidos y felices, a decirse unos a otros: "No sé". Vi al ateo decirle, sin soberbia, al creyente: "No sé". Vi al creyente decirle al ateo, sin miedo: "No sé". Vi al científico reduccionista decir con infinita dulzura: "No sé". Vi a los sabelotodos, con el rostro iluminado por una luz inédita, decir: "No sabemos nada".

Y entonces, justo cuando el primer rayo de sol cayó sobre el pasto y el primer canto de un pájaro irrumpió en el silencio del alba, me asomé a la ventana de mi jardín y vi algo extraordinario, que me emocionó hasta las lágrimas: ¡Un niño muy pequeño, el más hermoso de todos, caminaba sobre las aguas de la piscina! Juro que lo vi: ¡Un niño caminaba sobre las aguas! Fue entonces cuando comenzó lentamente a amanecer...


Creo que cualquier comentario mio acerca de la publicación sería soberbia... pues la verdad es que en definitiva no se nada...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo. No sabemos nada, pero por suerte podemos sentir. Al sentir, no necesitamos saber. Sentimos el amor de Dios, no lo sabemos, sentimos el afecto del hermano, el respeto del amigo, la alegria de ser amados. Quien necesita saber si solo basta sentir....queremos llenar el "sentir" en nuestra vida con el "saber" Bravo por tu reflexión, me hizo sentir, sentir el orgullo de tener una hija como tu, sentir el calor de tu amor, .....ese es el lema, sentir no saber. Un beso Papá

José dijo...

Que bonita esa columna. Como te decía el otro día, al leerla solo remite a Dios.
Si en una presunción llena de fe y de curiosidad, nos atrevemos a comparar nuestro saber ante aquel infinito y esa verdad que solo posee Él...qué vamos a saber nosotros!.
Y cuan maravilloso debe ser ese infinito si las verdades que hemos ido descubriendo a lo largo de la historia son tan bonitas.

en fin...

muchos abrazos y besitos imaginarios.


Te quiero mucho.

José.