Dado que por las circunstancias personales vividas la semana pasada, no tuve mucho tiempo de vivir muy a fondo el milagro de los 33... fuera de todo comentario absurdo y amarillista dejo a alguien que sin duda alguna se expresa mucho mejor que yo... una inexpresadora. Saludos
Cristián Warnken Jueves 14 de Octubre de 2010
La llegada del hombre a la tierra
Cristián Warnken
Espero el rescate de los mineros en el silencio de mi biblioteca, releyendo a Saint-Exupéry, piloto y escritor francés, autor de libros tan fulgurantes como "El Principito" y "Tierra de hombres". Busco algo que esté a la altura de este momento de alta concentración de pureza.
Asistimos a una muestra más de la proeza y el milagro del hombre sobre la tierra, esa que celebró y vivió Saint-Exupéry, como pionero de tantas travesías aéreas. La salida desde las entrañas de la mina de esos hombres vestidos como astronautas me recuerda ese día de mi infancia en que el hombre llegó a la Luna. ¿Cómo nombrar lo que estoy viendo? Sólo se me ocurre bautizar este momento como la segunda llegada del hombre a la tierra. A las 00:10 horas, de ayer miércoles, Florencio Ávalos salió desde el fondo de una mina, volvió a pisar tierra firme, a respirar el aire y paladear la luz, a ver -y no sólo mirar- el rostro de los suyos, como un primer hombre que regresara desde otro planeta. Un Adán nortino al que se le dio la oportunidad de regresar al paraíso: y el paraíso no es sino nuestro propio jardín visto por primera vez.
Los grandes acontecimientos como este hay que vivirlos en recogimiento, hacia el interior, y no arruinarlos con farandulerías o cálculos mezquinos. Los verdaderos hombres de acción saben esto, y por eso son parcos y sobrios en palabras, y con su silencio dan testimonio de su épica. Es raro ver a un pionero, a un descubridor o a un héroe cómodo en las celebraciones o frente a los discursos que otros hacen sobre sus hazañas. Por eso Saint-Exupéry escapaba apenas podía de la ciudad con su vida social, luchas de poder y "habladurías" vacías que tanto detestaba, para internarse en el silencio de la noche y sobrevolar en su avión la "tierra de los hombres". En esa noche, lo emocionaba vislumbrar las luces desparramadas en las colinas o valles, como lámparas solitarias del hombre, como estrellas en la geografía. Y se imaginaba qué realidad humana escondía cada una de esas luces vistas desde el aire. Abajo -decía-, los hombres "creen que su lámpara brilla sólo para su humilde mesa, pero a 80 kilómetros de ellos, uno ha sido ya tocado por el llamado de esa luz". Saint-Exupéry se perdió un día en el cielo, se eclipsó sin ceremonia de adiós, como el Principito lo hizo frente a él en el desierto. Eligió la soledad del hombre consigo mismo para su despedida, él, que cantó los lazos entre los hombres, la fuerza de la camaradería, la única capaz de sostener las grandes hazañas.
En el patio central de la Alianza Francesa, Liceo de Saint-Exupéry, pasé muchas veces junto a una piedra colocada allí en su memoria, como un estudiante distraído, sin calibrar lo que en ella leía, concentrado en las tormentas propias de mi adolescencia. Ahora, en esta hora de rescates, releo lo que escribió en un día tan asombroso como este el piloto enamorado de la noche humana: "Ser hombre es precisamente ser responsable. Es sentirse orgulloso de la victoria que han traído los camaradas. Es sentir, colocando su piedra, que uno ayuda a construir el mundo".
Creo escuchar el motor de un avión en el cielo: quiero creer que es Saint-Exupéry que otra vez nos visita desde arriba, y que al cruzar la cordillera es sorprendido por un oasis de luces en mitad de la noche del desierto. Esas luces son de mineros chilenos que nos demuestran una vez más que la camaradería, aun en el infierno, puede salvar al hombre. Y está la luz propia de los ingenieros y los rescatistas, héroes de la precisión y de la técnica, en su expresión más noble. Ellos seguramente se sienten incómodos bajo tantos focos y micrófonos y cámaras. Porque para entender esta noche hay que iluminarla con el silencio de todos. Y tú lo sabes, Saint-Exupéry, piloto de los pocos pero gloriosos momentos en que el hombre -polvo de estrellas- se alza y vuelve a brillar en el cielo como la luz fugaz y milagrosa que nunca debió dejar de ser.