Siendo muy sincera, la verdad no tenía mucha idea o al menos algo concreto de lo que sería FORTES y luego la JMJ. Lo concreto era Europa, que ya es muy atractivo en sí, pero saber específicamente a que iba, no tenía mínima sospecha.
Emocionada partí, por primera vez pisaría el viejo continente, y por primera vez cruzaría el atlántico, sí, siendo nuevamente sincera, era eso lo que me tenía ansiosa y expectante, nada místico ni subliminal, sólo esperaba el despegue del boing 777, una mole de cuatro motores, donde podría maravillarme aún más de lo bonito de la mecánica de fluidos. No tenía idea.
Después de un viaje agotador, llegamos a Madrid, nos esperaba Rogelio, religioso marianista, que nos acogió y nos llevó a la comunidad donde pasaríamos la noche antes de partir a Fortes. Increíble como reciben a los visitantes, nos topamos con algunos hermanos y todos con una disposición y simpatía increíble. Con esto ya me recordaba que eran marianistas.
Después de un descanso reponedor, partimos a conocer el centro de Madrid a pie. Muy agotador por cierto, pero fue esto lo que comenzó a disponer mi mente y mi corazón a lo grande que viviría durante esos días, pues la belleza de la ciudad me sobrecogieron. Terminado el día partimos al colegio Amorós para partir al día siguiente la peregrinación Fortes y donde nos uniríamos a otros jóvenes marianistas provenientes de Brasil, España, Francia, Italia y nosotros los chilenos.
Como el calor era considerable, algunos decidimos dormir afuera, al aire libre, y esta noche me anunciaría algo a través del cielo, y nada místico por cierto. Acostumbro observar el cielo, pero hace algún tiempo que sentía el deseo de mirar y no reconocer nada, ninguna figura, ninguna constelación, que todo fuera nuevo. Cuando esa noche miré el cielo tomé conciencia de que no estaba en el hemisferio sur, porque lo que estaba mirando no era nada conocido para mi, un cielo nuevo!!! no se nada acerca de esa región del cielo!!! nada!!! me provocó una alegría y un gozo gigante, el sentir el cielo como cuando era niña, cuando miraba y el cielo era distinto todas las noches. Sin darme cuenta y de esa forma tan sencilla me disponía a lo nuevo, a lo desconocido y por supuesto no pude evitar sentirme nuevamente abrazada por un Dios que pensé se había olvidado de mi...
Y así comienza la aventura...